Me las vas a pagar hijo de puta. Siempre te decían así cuando eras chico. Cuando éramos chicos. Jugábamos fútbol. Fumábamos juntos. Dejaste el tabaco y querías otra cosa que juegue con tus nervios. Pegamentos, otros humos, algunas veces cocaína. Ahora te veo en una esquina y se me parte el alma.
- ¿Te acuerdas de mí?, le dije.
- ¿Eres el pajero del barrio?, escuché desde todo el pelaje de su rostro.
- ¿Acaso las caras de pajero se olvidan?
- Pendejo y tú como te has dado cuenta que soy yo
- ¿Acaso tu barba puede tapar esa cara toda deforme que tienes oe sonso?
- Y qué te cuentas mariconazo ¿sigues emborrachándote porque dices que no entiendes de nada? Putamare, la verdad que nunca te entendí.
-Carajo, qué chucha te importa. Vamos a comer algo carajo.
Carecuchara y yo nos dirigimos a una panadería. El niño con el que corrí de pequeño tras una pelota por las pistas, vivía ahora en la calle. En una esquina trabaja, tratando de sacar algo de dinero para poder comer o drogarse.
Comimos, conversamos, nos despedimos. Me pidió algo de dinero, solo tenía unas monedas. Lo suficiente para que sea feliz por unas horas.
Lo vi hace un par de semanas y siempre dudé en acercarme. Ahora que lo hago, ambos nos sentimos extraños de esa patria que se llamaba infancia, la cual no diremos que era lo mejor que pudo pasar, pero se pudo vivir mejor.
Qué puede dar felicidad por unas horas. Horas de felicidad creo que es suficiente. Ahora he dejado muchas cosas de una vida muerta que vivió hace unos meses y aunque es el mismo cuerpo, sigue siendo absurda la mente y todo lo que le rodea, como Carecuchara.
lunes, 21 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario